jueves, 4 de julio de 2013

TENGO MIEDO

Hoy quiero compartir con ustedes el siguiente escrito de Laura Gutman de su libro Mujeres visibles, madres invisibles.  Espero que lo disfruten y nos invite a reflexionar.


Cuando un niño pequeño nos llama y aduce que tiene miedo a lo que sea, no le creemos. Porque intentamos definir "a que le tiene miedo" exactamente, y como nos damos cuenta de que el objeto al que parece temer o la situación que lo abruma son tan ilógicos, solo se nos ocurre desestimar el miedo haciéndole ver que no tiene razones válidas para tan descabellado sentimiento.

Demostraremos la inexistencia de monstruos y dragones, y la incapacidad de hacer daño de moscas y mosquitos. Nos burlaremos respecto a los encuentros con fantasmas o con muertos, pensando que el niño tergiversa o aumenta las imágenes vistas en la televisión y que las utiliza para molestarnos. Hasta que el hastío nos colma, cuando un lugar un poco oscuro, el momento de ir a dormir, la salida con extraños, un insecto, un animal o una tormenta de verano, lo llenan de angustia y lo dejan incapacitado para vivir su vida.  Hemos probado tener paciencia, creyendo que nos está  "tomando el pelo".

La cuestión es que el niño sigue teniendo miedo y eso altera la vida cotidiana de toda la familia.

Si nos importa de verdad el sufrimiento de nuestro hijo, tendremos que estar dispuestos a escucharlos y buscar esos monstruos internos que han crecido dentro de él mucho antes de que pudiera nombrarlos. La calidad de cuidado, permanencia, presencia, brazos, cobijo, cuerpo, paciencia y disponibilidad emocional que le hemos o no prodigado desde el nacimiento hasta hoy en día, han hecho crecer en mayor o menor medida, los monstruos que se han alimentado de soledad, de lejanía emocional y de falta de palabras.

Definitivamente un niño humano es un personaje extraño. Tal vez un extraterrestre adulto nos resultaría mas familiar. Acomodados en nuestras propias necesidades , determinamos que los niños deben dormirse solos, estar solos, jugar solos, portarse bien y sobre todo, no ver monstruos donde no los hay.

En la medida en que el entorno del niño es hostil para el niño pequeño desde la cuna donde pide presencia, cuerpo y calor sin obtenerlos, la vivencia general del niño es terrorífica. El niño se sabe completamente indefenso -y claro que lo está-. Sin la presencia inmediata de su madre o de otra persona amorosa y maternante, cualquier depredador acabaría con él. Para la mayoría de los niños occidentales, la soledad y el terror que conlleva son una experiencia cotidiana. Por eso es tan frecuente que los niños tengan miedo. No es un capricho.  Es una consecuencia del desamparo emocional en el que se crían.

Nuestra mejor opción es revisar cuantas veces lo hemos dejado emocionalmente a la deriva, cuantas veces pretendemos que se arregle solo, que se calme solo, que se alimente solo, que retome su equilibrio solo.  Cada vez que desestimamos el miedo que realmente siente, se acrecienta su miedo, porque constata una y otra vez que nadie lo cuida en la medida en que él lo necesita.

Para decirlo claramente: si un niño tiene miedo en la noche antes de dormir, nada mejor que traerlo con nosotros, porque enredado en el calor del cuerpo de quienes lo aman, podría renovar la confianza que no tenía, y le dará un marco de confort que dejará todos los seres malignos fuera de su casa. Vale la pena hacer la prueba:  Si envuelto en nuestro cuerpo el niño se duerme, pues bien, no hay mejor garantía para cazar fantasmas. El niño no necesita explicaciones. Necesita presencia y disponibilidad genuina. Cuerpo y abrazos. Caricias y canciones. Todas herramientas infalibles contra los malos y contra los muy malos.



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